Lecturas: Isaías 35,4-7 // Salmo 146 // Santiago 2,1-5 // Marcos 7,31-37

Jesús le pide quen no se lo cuente a nadie, lo ha curado en secreto, lo apartó de la gente y lo curo. Fue un encuentro profundo y personal, Jesús y él solamante. Pero aquel hombre no puede ocultar su felicidad, no puede ocultar que su vida ha cambiado. Comienza a predicar, a contar a todos lo que Jesús ha hecho con él.
La lección para nuestra vida cristiana es sencilla y fácil de extraer. Jesús hoy viene a cada uno de nosotros, en el silencio, en lo profundo de nuestra existencia, a cambiar nuestro pecado, nuestro yo más profundo. En el sacramento de la penitencia nos perdona todo lo que nos aparta de él, lo que nos hace sentir peor en la vida. Todos hemos sentido como en nuestro crecimiento de vida cristiana ha tenido mucha fuerza el sacramento de la confesión porque en él hemos sentido como la Gracia de Dios nos ha ido transformando y convirtiendo. Pero no somos capaces de anunciarlo. Aquel sordo en cuanto pudo hablar y a pesar que Cristo se lo había prohibido, proclamó a todo el mundo lo que le había ocurrido.
Nosotros vivimos muchas veces ese encuentro con Cristo en los sacramentos y salimos de la iglesia con unas caras, con una actitud, que parece todo lo contrario, parece que no nos hemos encontrado con Cristo y que hemos tenido una mala noticia. Seguimos tristes, agobiados, sin esperanza... ¿Créeis que si alguién que no cree nos viera salir de la Eucaristía se animaría a acercarse a Jesús? ¿Vivimos gozosamente nuestra fe? ¿Es una lacra o es lo más grande que tenemos? ¿Cómo no ser felices si Cristo está con nosotros? ¿Cómo podemos estar en cada Eucaristía tan cerca de Dios y salir de ella con una cara y una vida de "velatorio"?
Es verdad que nos cuesta, que es dificil en nuestra sociedad vivir en cristiano pero Cristo nos ha dicho hoy en la primera lectura: "Sed fuertes, no temáis". Es la llamada a la confianza y a vivir desde Dios y para Dios.
Ojalá, como aquel sordo del evangelio, a salir de cada una de las Eucaristías que vivimos nuestras palabras, nuestras obras, nuestras vidas, nuestros gestos anuncien a Cristo. Seamos valientes y anunciemos la Salvación que Dios nos da. Sin reparos, sin prejuicios, Cristo debe ser anunciado, conocido y amados por todos los hombres y mujeres del mundo para que puedan gozar como nosotros de la Salvación.
Tomás Pajuelo. Párroco
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