Queridos hermanos y hermanas, no podemos seguir nadando y guardando la ropa. Ante unas palabras de Cristo como las que hoy escuchamos, una actitud del Señor como la que hoy contemplamos no podemos andar con medias tintas. La vida cristiana tiene mucho de renuncia, de entrega, de sacrificio. Como cualquier otra cosa de este mundo que se precie y que nos interese de verdad. Todo lo que en nuestra vida valoramos es porque nos ha costado conseguirlo, lo que nos supone esfuerzo, lo que nos ha costado sacrificio: carrera, trabajo, oposiciones, familia, casa,... todo ha supuesto para nosotros un sacrificio y una renuncia. Pues evidentemente la vida cristiana coherente y verdadera también cuesta y es exigente pero da una felicidad infinitamente más grande que todos los sacrificios humanos y todas las felicidades humanas.
Fijaos como Cristo anuncia su Pasión haciendo referencia a la glorificación. No podemos quedarnos sólo en el sacrificio por sí mismo, éste tiene sentido en aras a una felicidad posterior, a una glorificación posterior. No se trata de sufrir por sufrir, se trata de renunciar para conseguir algo muchísimo mejor.
Se oye la voz del Padre este es mi Hijo, lo he glorificado y lo volveré a glorificar. Si alguno de sus discípulos tenía dudas sobre la divinidad de Jesús, la mismísima voz del Padre, en una preciosa y entrañable teofanía, nos la demuestra. A pesar de haber escuchado sus discípulos a Dios Padre hablando sobre su Hijo, a pesar de convivir con Él, en el momento final le abandonan. Lo dejan solo.
Nosotros hemos escuchado multitud de veces que Cristo es el Señor, el Hijo de Dios vivo. Hemos experimentado en nuestros corazones su presencia real en los sacramentos. Hemos sentido su realidad inescrutable en nuestras vidas y a pesar de todo ello no acabamos de entregarnos, como los apóstoles, le damos la espalda, lo dejamos solo.
Queridos hermanos y hermanas, estamos muy cerca de semana santa, nunca es tarde si la dicha es buena, vamos a convertir nuestras vidas, vamos a ofrecerle al Señor nuestras cruces llevadas con amor, la cruz nos hace caer pero con su ayuda podemos levantarnos. Nunca el Señor nos manda nada que no podamos cumplir. El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo cargue con su cruz y me siga. Sigamos al Señor, Él va delante abriendo camino, sosteniendo nuestras cruces. Confiemos en Él. No tengamos miedo a caer, Él nos levanta.
Podemos cambiar nuestras vidas, podemos ser mejores, podemos ofrecerle a Dios en esta semana santa una vida distinta, una vida comprometida con el evangelio.
Tomás Pajuelo. Párroco