sábado, 6 de septiembre de 2008

Un nuevo curso pastoral de la mano de María

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

Juan José Asenjo. Obispo de Córdoba
Comienzo mi primera carta semanal después de las vacaciones, saludándoos cordial y fraternalmente a los sacerdotes, consagrados, seminaristas y laicos de la Diócesis. Dios quiera que todos hayáis tenido unos días de descanso feliz y reparador. Iniciamos un nuevo curso pastoral, que a todos os deseo fecundo en frutos de santidad y apostolado. En su transcurso estrenaremos un nuevo Plan Pastoral, centrado en la Eucaristía, el misterio de nuestra fe, y en el servicio a los pobres y marginados. Comenzamos el curso pastoral 2008- 2009, con una fiesta mariana, la natividad de la Santísima Virgen, que coincide con las fiestas mayores de tantas ciudades y villas de nuestra Diócesis, en las que la Madre de Dios es honrada con los más diversos y hermosos títulos. No podíamos comenzar mejor nuestras actividades pastorales que de la mano y bajo la protección de la Virgen.
La fiesta de la natividad de María se celebraba en Oriente ya en el siglo V, aunque en Occidente no se celebró hasta el siglo VII. Según la opinión más probable, la Virgen nació en Jerusalén, muy cerca del templo, junto a la piscina probática, en el lugar donde hoy se encuentra la basílica de Santa Ana. En las lecturas de esta fiesta, el profeta Miqueas intuye la salvación del pueblo de Israel ligada a la pequeña aldea de Belén y a una madre que da a luz un hijo. Dicha salvación la cifra el profeta en la vuelta del pueblo del destierro, para unirse a los que habían quedado en la patria y formar un sólo pueblo, que será conducido con la fuerza de Dios y gozará de paz y estabilidad. Cuando Miqueas anuncia que la salvación se extenderá “hasta los confines de la tierra”, se está refiriendo a los tiempos nuevos, que serán inaugurados con la venida del Mesías.

De este tiempo, la etapa decisiva de la historia de nuestra salvación, nos habla el Evangelio de la fiesta que celebraremos el próximo lunes. En él se anuncia el nacimiento de Jesucristo, el Salvador, el “Enmanuel”, el Dios con nosotros, el Mesías que anuncia un Reino universal, el Reino de la libertad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz, al que también nosotros estamos convocados en estos tiempos nuevos que el Señor nos ha permitido contemplar.

En la fiesta de su natividad, que celebraremos el próximo lunes, la Santísima Virgen se nos muestra como la estrella que anuncia el nuevo día, como la aurora que precede al sol que no conoce ocaso, como la madre del Salvador. Su nacimiento dibuja ya en lontananza los nuevos tiempos que los profetas anunciaron y hace posible la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios, su manifestación al mundo, su vida pública, la predicación de su mensaje de salvación, el misterio pascual que nos redime y la efusión de su Espíritu. El nacimiento de la Santísima Virgen hace posible el tiempo de la Iglesia, de la que nos sabemos miembros y de la que ella es el miembro más excelso, por ser la primera redimida.

La celebración del cumpleaños de la madre es un acontecimiento gozoso que reúne a los hijos en torno a ella para felicitarla, honrarla y estrechar y fortalecer los vínculos de fraternidad. La fecha del nacimiento de nuestra madre es un día de alegría para sus hijos. En esa fecha reconocemos nuestro origen, la explicación de nuestra existencia, el punto de partida de nuestra historia personal. En la natividad de María está el origen de nuestra vocación cristiana, de nuestra elección y filiación adoptiva.

Felicitemos a la Santísima Virgen. Vivamos con gozo la fiesta de su cumpleaños y demos gracias al Señor que nos ha dado a su propia madre como madre nuestra. Que en este día estrechemos nuestros vínculos de fraternidad y renovemos el compromiso de amor y de servicio a nuestros hermanos, que nace de nuestra común condición de hijos de Dios e hijos de la Virgen. Que en esta fiesta profundicemos en la genuina devoción mariana, que si es auténtica nos debe llevar a Cristo, su Hijo, y a caminar por las sendas de la santidad.

En el nacimiento de la Virgen, junto a la piscina de Bethesda, muy cerca del templo de Jerusalén, se inicia una historia admirable de humildad, de fe, de esperanza y de amor, un camino intenso de fidelidad, de obediencia a Dios que modifica todos sus proyectos, y de alegre ejecución de sus planes misteriosos. Imitémosla en sus actitudes y virtudes y acudamos a ella, que asunta en cuerpo y alma a los cielos, transfigurada por la gloria del Padre, vela e intercede por nosotros. Que ni un solo día dejemos de honrarla y de acudir a ella. Pongamos en sus manos el curso pastoral que estamos iniciando para que sea verdaderamente un año de gracia, de santidad y de fecundidad apostólica.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

Juan J. Asenjo. Obispo de Córdoba.

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