Lecturas: Exodo 32 ,7-11.13-14 // Salmo 51 // 1 Timoteo 1, 12-17 // Lucas 15, 1-10.
Si pudiésemos resumir los textos de la Palabra de Dios de este domingo en una sola palabra, esta sería PERDÓN. Toda la liturgia hoy nos habla, nos transmite la necesidad de ser perdonados y de pedir perdón.
La lectura del libro del Éxodo, nos presenta a Dios dirigiéndose a Moisés para expresarle su dolor porque el pueblo que Dios ha sacado de Egipto, que ha salvado de la esclavitud, ese pueblo ya se ha olvidado de Él y está adorando a dioses falsos que ellos mismos se han construido.
Si repasamos la historia del Éxodo, tenemos que recordar como Dios salva al pueblo de la esclavitud y realiza una serie de signos y prodigios que autentifica su presencia salvadora: envia las plagas, salva a los primogénitos de Israel, les guía por el desierto, abre para ellos el Mar Rojo para que puedan pasarlo y huir del ejercito egipcio, acaba con los perseguidores, les indica y promete el camino a una tierra que mana leche y miel... ¡Son tan claros los signos de la intervención de Dios! El pueblo puede comprobar en sus propias personas como le ama Dios, como Salva el Señor.
El texto de hoy, nos muestra la facilidad con la que el hombre olvida los favores que recibe. El orgullo del genero humano es tal, que a pesar de todos estos signos, en cuanto el pueblo llega al desierto, se sienten libres, se sienten seguros, ¡¡SE OLVIDAN DE DIOS!! Se construyen sus falsos dioses a los que adoran, a los que entregan sus vidas.
¿Cuantas veces hemos experimentado cada uno de nosotros la presencia del Señor en nuestras vidas concretas? ¿Cuantas veces hemos prometido al Señor, ante una necesidad que se nos ha cumplido, que seríamos mejores cristianos y que "ya nos íbamos a portar bien para siempre"? Como sacerdote son muchas las personas que he visto traer unas flores, encender unas velas, pedir una misa en acción de gracias... porque han sido escuchadas sus oraciones, porque han sentido la cercanía de Dios en sus vidas, en sus problemas. Normalmente cuando las cosas se ponen un poco feas en nuestras vidas acudimos a Dios, le suplicamos, le prometemos... Pero cuando las cosas nos van bien, cuando la felicidad ronda nuestras existencias, cuando no estamos agobiados por el dolor y el sufrimiento ¡¡Qué pronto olvidamos a Dios!!.
El Señor, al ver el comportamiento del pueblo de Israel, llama a Moisés para anunciarle el castigo que tiene preparado. Moisés, que ha luchado y se ha entregado en la liberación de su pueblo, que ha sido el enviado por Dios para hacer esa obra de Salvación, intercede por ellos, ruega a Dios que perdone sus pecados, ora por los pecados de su pueblo y alcanza el Perdón y la Misericordia.
La Iglesia, los sacedotes, son los nuevos Moisés, que sabiendo que Dios está a disgusto por el pecado de su pueblo, porque el pueblo cristiano se ha olvidado de Dios, vive su vida adorando a los dioses que ha creado: dinero, fama, poder, sexo, consumismo... piden a Dios que tenga Misericordia, que de verdad cada cristiano reconozca sus culpas y reciba el perdón de Dios. Mirad, cada viernes que lo permite la liturgia, en la parroquia ofrecemos la Eucaristía implorando de Dios el arrepentimiento y el perdón de los pecados de la comunidad cristiana. Se ofrecen sacrificios, ayunos, oraciones, para que los que formamos parte de la gran familia de la Iglesia no olvidemos que ofendemos a Dios con nuestros pecados y que Dios está con su CORAZÓN abierto deseando perdonar esos pecados.
Una de las frases que más dolor me producen como sacedote es: "Yo no tengo pecados, no tengo que confesarme". Esta frase encierra uns soberbia, un orgullo, una falta de fe, un rechazo de la misericordia de Dios, un olvido del sacrificio de Cristo en la Cruz para salvarnos del pecado...¡Es tan dura!
Cuando afirmamos no necesitar el perdón de Dios, no tener pecados, estamos como el pueblo de Israel adorando a los dioses que hemos creado, a nosotros mismos. Nos consideramos perfectos y dignos de adoración. Estamos olvidando la Salvación que Cristo nos ha dado y haciendo inútil su entrega en la Cruz. Estamos defraudando a Dios que es el Padre del Perdón y de la Misericordia, que vive la perfecta alegria cuando uno sólo de nosotros, uno solo, reconoce sus pecados, los confiesa y recibe el perdón y la bendición de Dios. Para Dios nuestro Padre, hay más alegria por un solo pecador que se arrepiente de verdad, pide perdón y recibe la Gracia del sacramento de la confesión que por 99 soberbios que crean que ellos ya son "santos" y no necesitan el perdón de sus pecados. De 99 ingratos que rechazan el Amor Misericordioso de Dios.
Os invito hermanos y hermanas a que nos quitemos de una vez nuestras caretas ante Dios, que Él nos conoce perfectamente, que al sacedote lo podremos engañar, que a nuestros vecinos los podremos engañar, que a nuestros amigos los podremos engañar, a todos los podemos engañar diciéndoles que no tenemos pecados y que somos maravillosos pero a Dios es imposible, Él conoce LO MÁS PROFUNDO DE NUESTRAS MISERIAS y lo más importante, quiere perdonarnos esas miserias, quiere transformarlas en obras de amor y de caridad. Quiere hacer de nosotros hombres y mujeres consecuentes en su vida cristiana. Dios nos pide a todos los sacerdotes que estemos simpre dispuestos a dar su perdón, a confesar a la gente, a bendecir y perdonar los corazones que sufren las consecuencias del pecado. ¡¡QUE ALEGRIA HAY EN EL CIELO CADA VEZ QUE SE DA LA ABSOLUCIÓN DE LOS PECADOS a una persona arrepentida que se confiesa!! El apóstol San Pablo, en la segunda lectura nos recuerda la grandeza del ministerio de los ministros de Dios hemos recibido, la grandeza de ser el puente, el conducto único y verdadero por el que Dios imparte su perdón a todos sus hijos arrepentidos.
Sólo podremos crecer en nuestra vida cristiana si frecuentemente reconocemos nuestros pecados y los confesamos, si cada mes hacemos balance de nuestras vidas, de nuestros pecados y los ponemos ante Dios y confesamos y recibimos el consejo y la palabra oportuna del sacerdote que nos ayuda en el nombre de Dios, iremos puliendo nuestros fallos, iremos viendo de verdad cúal es la raiz de nuestros pecados y podremos darle solución. Si vivimos en el pecado y además en la tremenda soberbia de creer que no necesitamos cambiar nada, que somos perfectos, que somos estupendos...dificilmente creceremos, dificilmente reconoceremos que hay en nosotros cosas, comportamientos, ideas, palabras, omisiones que ofenden a Dios y a los hermanos, que somos insoportables con los que nos rodean, que les hacemos daño con nuestros comportamientos, con nuestros comentarios... De ese modo es imposible crear comunidad, vivir la fraternidad, vivir el AMOR DE DIOS.
Este domingo Dios nos está llamando a la coherencia de vida, a revisar nuestras conciencias y a acudir a recibir su perdón. Desde la alegria, la confianza, el amor. Sin miedos, porque Dios perdona siempre, disculpa sin límites, ama sin límites, se entrega sin límites.
Que Dios nos conceda a todos un corazón arrepentido, un verdadero dolor de nuestros pecados, una confesión fructífera de ellos, un verdadero propósito de la enmienda y una gozosa experiencia del perdón y de la Gracia en el sacramento de la confesión.
Que Dios os bendiga a todos y os conceda un domingo lleno de amor, de paz y de perdón.
Tomás Pajuelo Romero. Párroco.
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