sábado, 13 de noviembre de 2010

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: Malaquías 3, 19-20, 2 // Salmo 97 // 2ª Tesalonicenses 3, 7-12 // Lucas 21, 5-19

Queridos hermanos y hermanas:

Juicio final, de Miguel ÁngelHoy celebramos el último domingo del tiempo ordinario de este año litúrgico. El domingo próximo celebraremos la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.

En consonancia con las lecturas de estos últimos domingos, la Palabra de Dios en este día nos vuelve a recordar el final de la vida presente y la vida del mundo futuro. Cuando rezamos el credo cada domingo decimos:
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.

Fijaos, proclamamos la fe en la comunión de los santos, unidos a los hijos de la Iglesia que están en el cielo. La resurrección de la carne, llamados a participar de la Vida Eterna que Dios nos da. La Vida Eterna, para siempre en la Gloria. La eternidad en la presencia de Dios.

Es una verdad de fe inmutable el final de la vida terrena y la existencia de la eternidad. Muchas veces vivimos como si no tuviésemos que dar cuentas de nuestras obras al final de nuestras vidas para vivir la Vida de Dios. Muchas veces actuamos como si la muerte es el final, que tenemos que vivir esta vida a tope porque no hay después nada. Esta forma de pensar en la más anticristiana del mundo. Nuestra fe nos abre expresamente a la vida eterna. Cristo está vivo, está con nosotros, y nos promete esa vida eterna para nosotros.

Somos ciudadanos del cielo, estamos convocados al banquete eterno de la Gloria. Pero está vida puede no ser para nosotros, existe la posibilidad de la condenación eterna. Sé que decir esto no está de moda. Que en la actualidad existe una corriente entre los no practicantes, de pensar que todos nos vamos a salvar y que Dios es tan bueno que todo el mundo irá al cielo. Esto es falso, la Palabra de Dios es muy clara en esto. Existe la posibilidad de la condenación: pensad en el rico Epulón, en el ladrón malo en la cruz, en los que escandalizan a los pequeños, las vírgenes necias, etc… Son muchos los textos evangélicos en los que Jesús nos habla claramente de la condenación eterna. Es verdad que todos confiamos en la bondad misericordiosa de Dios, confiamos los que intentamos vivir según los criterios del Reino de Dios. Pero no es menos cierto que hay personas entre nosotros que hacen el mal voluntariamente, que no sienten arrepentimiento de ello, es más se jactan de vivir el mal. Evidentemente el Señor tendrá que respetar su decisión libre de vivir de espaldas a Él y hacerles vivir eternamente de una manera consecuente con sus vidas.

La lectura del profeta Malaquías que escuchamos hoy nos lo ha recordado claramente. El evangelio también nos recuerda el final de los tiempos, son las palabras del mismo Jesús, las que nos hablan del juicio final. San Pablo en su carta a los Tesalonicenses, también les recuerda a los cristianos de Tesalónica que trabajen en serio por su Salvación, que algunos están muy ocupados en no hacer nada, y el tiempo pasa inexorablemente. Al leer este texto paulino, uno reconoce en nuestros días esta misma dejadez por el trabajo serio de nuestra santidad. Parece que no es necesario, que da lo mismo hacer las cosas bien que mal. Es una idea de nuestro mundo, que confunde el bien con el mal, la verdad con la mentira, el compromiso con la dejadez, y nosotros como cristianos nos dejamos llevar de estas corrientes modernas.

Tenemos que tomar con empeño nuestro trabajo por la vida en Cristo, por la vida evangélica. Debemos esforzarnos en vivir, en conseguir ser verdaderos hijos de Dios. Es coger la cruz y seguir a Cristo. Eso cuesta, eso es duro y por eso escurrimos el bulto.

Pido a Dios que nos conceda la sabiduría necesaria para saber valorar lo verdaderamente importante para nuestra vida. Lo que de verdad merece nuestro esfuerzo y lo que es inútil que nos esforcemos. Pido la Gracia para vivir la Santidad todos los que formamos esta comunidad del Beato Álvaro de Córdoba.

Feliz Domingo a todos y que Dios os bendiga.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco

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