Lecturas: Éxodo 17, 8-13 // Salmo 121 // 2ª Timoteo 3,14- 4,2 // Lucas 18,1-8.
La liturgia de la Palabra de este domingo veintinueve del tiempo ordinario nos presenta de una manera clara y con ejemplos, la importancia de la insistencia en la oración y sobre todo la perseverancia.
Al comienzo del capítulo XVIII del evangelio de san Lucas, proclamamos hoy otra parábola de Jesús. Se trata de la parábola de la viuda que a causa de su insistencia logra que un juez injusto atienda sus reclamaciones, al menos para acallar sus quejas. Se ha escrito que esta parábola forma un conjunto con otra parábola de Jesús que trasmite san Lucas y que puede llamar gemela. Es la parábola que cuenta la historia de aquel que es despertado a medianoche por un amigo inoportuno a quien finalmente atiende y le da lo que pide pero no en virtud de la amistad sino para que dejara de molestarles y pudiera él volver a dormir (Lc. 11, 5-8). En ambas parábolas, Dios aparece comparado por contraste con un personaje que de ninguna manera se presenta como modelo: un mal amigo o un juez injusto. Y con lógica se concluye que si el mal amigo se levanta para abrir la puerta al inoportuno que suena a su puerta cuando es hora de dormir, o si el juez injusto atiende los reclamos de la viuda, cuanto más Dios, que es amigo bueno y juez justo, escuchará la oración perseverante de sus fieles y "dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan" (Lc. 11, 13). En ambas parábolas se apunta como enseñanza a la perseverancia en la oración de súplica o petición a Dios.
Introduce así, en efecto, el evangelista la parábola del juez y la viuda: "Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse" (Lc. 18, 1). Pero la pregunta que hace Jesús al final de la parábola del juez y la viuda: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc. 18, 8) sugiere que se trata no sólo de la perseverancia en la oración sino también de la perseverancia de la fe.
Y en relación al evangelio de este domingo, la primera lectura, Éxodo 17, 8-13, nos cuenta cómo, por su oración intercesora, Moisés, con los brazos en alto en la montaña, de pie o sentado y sostenido por Aaron y Jur, con los brazos levantados, firmes hasta la puesta del sol, por su perseverancia incansable en la súplica, obtuvo de Dios para el Pueblo de la Antigua Alianza el éxito en la defensa frente al ataque de los amalecitas. Cuando sus brazos caían, ganaban sus enemigos. Mientras los mantenía en alto, vencía Israel. La perseverancia y continuidad en la oración lo consigue todo de Dios. Fijaos que manera más simbólica de expresar la constancia en la oración: mientras Moisés estaba con los brazos en alto Dios le escuchaba, mientras estaba en disposición, con ganás, perseverando, orando sin cansarse. Cuando nosotros oramos cada día, sin cansarnos, siendo firmes en nuestro tiempo de oración y vivimos plenamente nuestro encuentro con el Señor, sentimos que la vida es menos cuesta arriba y que tenemos cerca a Dios. Pero si bajamos los brazos, nos cansamos, nos olvidamos de rezar, lo hacemos un día y cinco no, entonces nos damos cuenta que nuestra vida se hace oscura, que nos cuesta pasar cada día, nos alejamos nosotros mismos de la Fuente de la Gracia que es Dios. Es muy significativo el papel que juegan en el texto del Exódo Aarón y Jur, ellos son los que ayudan a Moisés a mantenerse firme en la oración. Ellos son los que están pendientes para que sus brazos no caigan, para que su oración no flaquee. El sacerdote, hoy, hace el mismo papel, es el que puede ayudarnos, si se lo pedimos, para que nuestra oración no decaiga, para que nuestra súplica y acción de gracias esté siempre en la presencia de Dios. El puede enseñarte caminos de oración. Cuando estamos enfermos vamos al médico, cuando se nos rompe una tuberia llamamos al fontanero, cuando se rompe la lámpara llamamos al electricista... ¿Por qué cuando tenemos problemas en nuestro camino de oración y de entrega a Dios no acudimos al Sacerdote? ¿Por qué buscamos en libros extraños, teorias remotas y oscuras los caminos del espíritu? Tenemos que recuperar en nuestras vidas la figura de nuestro director espiritual, la persona que sabemos va a estar ahí siempre, que nos conoce, que sabe de nuestro caminar en la fe y que es el mejor que puede ayudarnos a progresar en ese camino de fe.
No podemos olvidar que tenemos la obligación moral de crecer en la fe, de cuidarla, de mimarla frente a todos los riesgos que el mal nos ofrece en nuestros días. Que no podemos conformarnos con la fe que tenemos ahora, que debemos crecer cada día más en el amor a Dios y al prójimo. Mirad las palabras con las que termina el evangelio de hoy: "Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿Encontrará fe en la tierra?"
Es muy seria esta pregunta, si descuidamos nuestra vida de fe, de oración, de sacramentos y de caridad. Si vivimos como si no tuvieramos fe, cuando llegue el último día ¿qué vamos a presentar ante Dios?
Que el Señor nos ayude a todos a ser perseverantes en la oración, en la vida sacramental y a crecer cada día más en la fe, la esperanza y la caridad. Que Dios os bendiga.
Tomás Pajuelo Romero. Párroco.
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